El analfabetismo matemático es un asunto para nada gracioso
Lucy Kellaway
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Lucy Kellaway
Hace un par de semanas, Diane Abbott demostró en la radio, en vivo, que ella no podía realizar una simple división, que no entendía el valor posicional y que era totalmente inepta en matemáticas.
Cuando le preguntaron cuánto costaría contratar a 10.000 policías más, la primera respuesta de la portavoz de interior de la oposición laborista del Reino Unido fue: “Bueno... eh... alrededor de 300.000 libras”.
Entonces, cuando le hicieron más preguntas, ella dijo: “Lo siento (risa nerviosa). No. Lo siento. (Pausa). Costarán... costarán... (pausa) alrededor de, alrededor de 80 millones de libras”.
El entrevistador hizo una rápida suma mental y observó que eso significaría alrededor de 8.000 libras por policía. Totalmente humillada, Abbott comenzó a lanzar cifras al azar, con tanta desesperación que al final estaba balbuceando incoherentemente sobre un cuarto de millón de policías más en la calle.
Este penoso intercambio fue evidencia de una alarmante tendencia. Es perfectamente posible ser miembro de la clase gobernante británica y ser un analfabeto matemático.
Abbott ha recibido una de las mejores educaciones que ofrece el país. Fue a la secundaria en el noroeste de Londres, y de ahí a la Universidad de Cambridge, donde fue discípula del historiador Simon Schama. No obstante, dividir 80 millones por 10.000 estaba totalmente fuera de su alcance.
En abril di una charla en el Festival Literario de Oxford y les pedí a los ampliamente educados individuos del público que levantaran la mano si eran inútiles en matemáticas. Cerca de 70 brazos se alzaron. La única cosa más deprimente además de que tantos de ellos se consideraban analfabetos matemáticos era que a ninguno de ellos les parecía problemático. En vez, la expresión en las caras de estos burros matemáticos era de divertida satisfacción, como si ser malo en matemáticas fuera una peculiaridad adorable, como tener una debilidad por las papitas con sal y vinagre. “Ustedes son una desgracia nacional”, les dije, con lo cual se rieron con complacencia, seguros que lo decía en broma.
Si hubieran sido científicos y yo les hubiera preguntado si eran ineptos en cuestión de leer y escribir, dudo que se hubiera levantado una sola mano. Nadie cree que es adorable ser analfabeto, sin embargo, la élite británica —la mayoría de los cuales no han hecho una suma desde que tenían 16— creen que su flaqueza es graciosa.
No es graciosa. Es estúpida, vergonzosa y, si uno tiene cualquier posición de responsabilidad, es peligrosa. Sospecho que la inutilidad en las matemáticas entre los poderosos es más común de lo que creemos. Hace tres años, Paul Flowers, entonces director de Co-operative Bank, sobrepasó a Abbott cuando dijo que el banco tenía 3 mil millones de libras en activos, pero la cifra verdadera era 47mil millones. Su analfabetismo matemático había sido ignorado durante 62 años y podría haber seguido así para siempre si no hubiera metido la pata de tal manera que tuvo que presentarse al Parlamento para un interrogatorio.
La mayoría de las personas que no entienden ni los aspectos más básicos de las matemáticas tienden a salirse con la suya. No es igual con las palabras. Los empleadores tienen una opinión negativa de quienes cometen errores de ortografía en su CV; sin embargo, rutinariamente contratan a personas que casi no saben contar, ya que nunca ponen a prueba esta habilidad.
Hace casi 20 años, Gordon Brown, entonces Ministro de Hacienda, permitió que un montón de chicos le hicieran preguntas en televisión. Uno de ellos le hizo una gran pregunta: ¿cuánto es 13 al cuadrado? Con la rapidez de un rayo, y para alivio de sus consejeros, Brown dijo 169. En aquel entonces escribí una columna recomendando que todas las empresas le hicieran esta gran pregunta a los candidatos a empleos, y por eso me causó gran deleite conocer hace un par de meses a un jefe de Recursos Humanos que había estado haciendo esa pregunta desde entonces. ¿Los resultados? Dijo que casi nadie sabe la respuesta en el momento. Pero los que calladamente calculan 13 x 13 en la mente casi siempre consiguen el puesto. Los que se asustan y fanfarronean y “hacen un Abbott” casi nunca lo consiguen.
Yo he tenido algunos empleos que requerían cierto conocimiento de los números: en el sector bancario, en la columna Lex del Financial Times, y como directora no ejecutiva. Sin embargo, el proceso de selección nunca ha incluido una prueba para determinar si yo soy más hábil con las cifras que la portavoz de interior de la oposición laborista.